domingo, 26 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad...

...que mejor para estas épocas =)

El secreto del bosque
de engranajes


Todo el mundo tiene un familiar  que posee un desván en cuyo interior hay escondido algún objeto raro e interesante. Seguramente en el desván de tu tía haya una armadura medieval que alguna vez hayas pasado por alto al estar oculta tras varias capas de polvo y un manto de telarañas.  Probablemente sea en el desván de ese primo tan lejano donde se guarde un antiquísimo cofre pirata, tan valioso que las joyas que se hallan dentro de él no serían necesarias para hacerse rico si decidieses venderlo. E indudablemente tienes un familiar, aunque tú no lo conozcas, cuyo desván contenga una reliquia similar. Absolutamente todo el mundo lo tiene…Todo el mundo excepto Matilde. Por esa misma razón se sorprendió tanto al encontrar esa extraña caja en el desván, de lo más normal y corriente, de su tía-abuela Dorothea.
Todos los meses Matilde y sus padres visitaban a tía Dorothea, ya que eran los últimos familiares que ha ella les quedaba. Todos los meses se trasladaban al pequeño pueblo donde ella residía. Todos los meses los tres se sentaban en ese mismo sofá con estampado de flores del salón de tía Dorothea. Todos los meses tía Dorothea, sentada frente a ellos en una mecedora que chirriaba cada vez que su dueña se balanceaba, como si estuviese aquejándose de un dolor de huesos, les contaba varios desvaríos que pretendían ser sus memorias de los últimos días durante horas. Muchas horas. Demasiadas horas. Todos los meses los padres de Matilde asentían a los comentarios de tía Dorothea de manera ausente, dejando escapar de vez en cuando un condescendiente “Sí, claro, tía Dorothea”, “Esa historia es fantástica, tía Dorothea o “Es increíble que le saliese tan barato, tía Dorothea” pero sin apartar la mirada de ese viejo reloj con forma de gato que arrastraba los ojos por todo el salón como un guardia cauto.
En una de esas ocasiones a Matilde se le hizo imposible seguir sentada en ese sofá, llevaba tanto tiempo ahí que temía que sus huesos se hubiesen acoplado a la estructura de éste, así que, como todo niño, empujada por su curiosidad, decidió investigar la casa de tía Dorothea. Nadie notó su marcha, la conversación prosiguió como si nada y Matilde, desde las escaleras pudo oír a tía Dorothea exclamar: <<¡Ah! Se me olvidaba contaros como gané el otro día dos gatos negros a una bruja en una partida de cartas. Todo empezó…>>, al igual que pudo oír a sus padres decir a coro un: “Sí, claro, tía Dorothea”. Tal vez no lo haya dicho, pero tía Dorothea estaba loca.
Matilde continuó subiendo escaleras, unas escaleras angulosas y oscuras. Cuando llegó al segundo piso siguió subiendo y subiendo hasta que llegó a una puertecita de madera, fina y vieja. La puerta del desván. Y fue allí donde la encontró.
No esperaba encontrar nada interesante, pues ella sabía que era la única persona en el mundo que no poseía ningún familiar en cuyo desván hubiese algún objeto sorprendente. Lo sabía y no le importaba. Ya se había hecho a la idea. Entonces vio la cajita, más que una cajita era una caja grande, aunque sin llegar a ser un baúl. Era vieja, bueno, digámosle antigua, y en ella estaba tallada delicadamente una escena nevada y bastante navideña. En la esquina inferior de la tapa de la caja, de la que supo que era en realidad una caja de música, había un nombre escrito: “Mathias”. Ningún niño lo hubiese pensado dos veces, así que Matilde la abrió.
La música empezó a sonar, y entonces, de la caja, empezó a surgir una figura del tamaño de un adulto. La bailarina de la caja de música, con su tutú rosa y una máscara que ocultaba sus facciones, empezó a seguir el ritmo de la melodía en medio del desván de tía Dorothea, pero bailaba como si delante de ella hubiese una pareja invisible, agarrándose al aire. Matilde pasó por alto ese detalle y miró en el interior de la gran cajita de música, de donde era imposible, debido a su tamaño, que hubiese salido una persona. Entonces, notó un empujón en su espalda que le hizo perder el equilibrio y caer en el interior de la caja. Tras ella entró la bailarina, que como una contorsionista se introdujo en la caja de música cerrando tras de sí la tapa.
Matilde, después del golpe, se puso en pie y se arregló las faldas y el abrigo y echó un vistazo a su alrededor. Por lo que podía observar continuaba en el interior de la caja ya que lo que debería de ser el cielo de donde se encontraba era de un color marrón  dónde se entreveían vetas en la vieja madera. Lo que se extendía frente de ella era un bosque de engranajes, engranajes de un tamaño seriamente considerable, cubierto de nieve. Matilde nunca había imaginado como sería una caja de música por dentro, pero supuso que la nieve no era muy común. Entre tanta tuerca gigante y mecanismos enormes había un estrecho sendero que Matilde decidió seguir.
Le llevó frente a un pequeño escenario donde un hombre, vestido con traje y con una máscara cubriéndole el rostro, tocaba un enorme piano de metal que estaba soldado al resto del bosque de engranajes.
-¿Has venido a ayudarme a tocar? –Le preguntó éste a Matilde con una voz mecánica sin descuidar su tarea. Ella, que nunca había aprendido a tocar ningún instrumento, negó con la cabeza. –Entonces, continúa tu camino, muchacha.
Entonces acabó al lado de la bailarina del tutú rosa y máscara en su rostro.
-¿Has venido para bailar conmigo? –Inquirió la misma con voz de muñeca de metal. Matilde, que siempre había sido muy torpe y descoordinada a la hora de bailar, sacudió su cabeza en señal negativa. –Entonces, continúa tu camino, muchacha.
Terminó junto a muchos hombres y mujeres, cuyas caras desaparecían tras sus máscaras, que hacían girar un gran engranaje que parecía muy pesado. Era el mecanismo que ponía en funcionamiento toda la caja de música.
-¿Has venido a ayudarnos a girar esta gran pieza? –Preguntaron todos al unísono con voz oxidada. Ella, como cualquier otro niño, no poseía grandes fuerzas, por lo que negó con un gesto. –Entonces, continúa tu camino, muchacha.
Había un hombre al final del sendero que le estaba colocando un brazo a con varios tornillos y un gran destornillador a un muchacho cuyas facciones quedaban ocultas por una máscara.
-¡Ya está! Como nuevo, ahora ve a bailar –Le dijo a la pareja desaparecida de la bailarina, que no dudó en marcharse en su busca. Entonces, el otro hombre pareció notar la presencia de Matilde. -¡Oh! Hola, soy Mathias, ¿Cuál es tu nombre, pequeña?
-Matilde, señor. –Y reparó en que era la primera persona que veía dentro de esta caja de música que no llevaba máscara.
-Matilde. Bonito nombre. Me recuerda mucho a otro…
-¿A Mathias, puede ser?
-¡Sí, exacto! Pero… ¿quién es ese?
-¡Usted, señor! –Entonces Matilde lo supo: Mathias estaba tan loco como tía Dorothea.
-¡Oh, por puesto! Llevo tanto tiempo trabajando aquí, solo, que siempre lo olvido. Bueno, si ya has visto todo te llevaré a la salida, tengo mucho trabajo que hacer. –Dijo con una sonrisa.
Caminaron un rato y luego empezaron a subir unas larguísimas y casi infinitas escaleras, tan largas que Matilde no podía ver el final.
-¿Qué es esto, señor? –Preguntó, curiosa, Matilde.
-De verdad me preguntas eso ¿No te das cuenta, querida Matilde? Esto es la Navidad. Yo la creé. Mi mejor obra, puedo decir. Y ahora, si no te importa, démonos prisa, en estos momentos estoy muy atareado.
-¡Oh! Entonces, ¿es usted Dios?
-No, Matilde –Dijo riendo entre dientes -. Únicamente soy un inventor muy atareado en estos momentos.
-¿Por qué todos llevan máscaras?
-Soy inventor, no dibujante. No se me da bien dibujar caras. –Le confesó a Matilda en un susurro.
Llegaron al final de la escalera y Mathias sacó un enorme libro casi tan grande como Matilde y tan viejo que sus páginas eran de un color amarillento.
-¿Quieres firmar el libro de visitas? –Ella asintió y, siendo el libro tan grande, pensó en cuantas personas lo habrían firmado antes que ella. Por eso le sorprendió que Mathias lo abriese por la primera página que estaba completamente en blanco. Perdón, en amarillo. Y ahí estampó un casi ilegible “Matilde” con su caligrafía de preescolar.
Entonces notó que alguien tiraba de ella hacia arriba y la sacaba de la caja y la llevaba de vuelta al desván, de lo más normal y corriente,  de tía Dorothea, quien estaba presente y la miraba con mirada reprobatoria  mientras le decía que nunca más debía entrar a su desván sola porque era peligroso. Ambas abandonaron el desván dejando la cajita de música abierta donde una pareja de bailarines danzaban, con un fondo navideño lleno de nieve y siguiendo el son de una canción a piano.
Al llegar al salón los padres de Matilde seguían observando en reloj con forma de gato y murmurando respuestas a una tía Dorothea ausente. Ésta se sentó en su mecedora y Matilde a sus pies, con ganas de escuchar sus historias ahora que tenía la certeza de que eran reales. De todas formas la Navidad está hecha para pasarla en familia.
-¿Os he hablado alguna vez  –Comenzó de nuevo tía Dorothea – de mi primer amor: Mathias? Realmente estaba loco, decía que crearía la Navidad para mí. –Rió entre dientes. –Pero eso sucedió hace tanto, tantísimo tiempo…-Y Matilde se preguntó cuántos años tendría tía Dorothea.
Fuera, había comenzado a nevar.

2 comentarios:

  1. Llegue a tu blog por casualidad y la verdad esque me gusto muchoo!
    te siigo!
    pasate por el mio cuando quieras

    nueevasensacion.blogspot.com

    Besos.

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  2. Hola =) Soy nueva en blogger, me gustaria que te pasaras por mi blog y me dijeras que te parece:
    www.broken-butnotdead.blogspot.com
    Muchas gracias =)

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